A pesar de que el pasado 25 de marzo Nicolás Maduro normalizó la asistencia a clases presenciales, son muchos los planteles que deben limitar las horas de jornada educativa.
El Sindicato Venezolano de Maestros (SINVEMA) afirmó que la mayoría de las escuelas no están preparadas para recibir nuevamente a los alumnos y que son pocas las instituciones que pueden trabajar los cinco días de la semana.
A un mes del regreso a clases presenciales, son pocas las escuelas públicas que abren sus puertas a tiempo completo. En su mayoría, las instituciones han limitado el horario hasta el mediodía.
Como docente en el preescolar Maripérez, Erika Peña recuerda que hace años en las instalaciones funcionaban todos los servicios, incluso el comedor: «Era de lo más bonito». Pero, actualmente, las fallas en el servicio de agua impiden que la institución pueda impartir clases siquiera tres días a la semana.
Las tuberías no funcionan desde hace más de siete años, pues se dañó la bomba de agua. Sobreviven con una cisterna al mes que deben compartir con el plantel vecino de educación especial.
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Los docentes usan el mismo baño de los niños porque sólo funciona una poceta en el preescolar. El jardín está clausurado, con basura acumulada y proliferan las ratas.
Como en el caso de Maripérez, las dos principales causas de la baja en la actividad son la falta de acondicionamiento de la infraestructura y la escasez de docentes. Por estas razones, entre otras, muchos representantes deciden no enviar a sus hijos a la escuela: «De 20 alumnos van cinco y cuando mucho 10», declaró Peña.
SINVEMA ha visitado escuelas en la capital del país desde el llamado a clases presenciales del gobierno y asegura que el 90% de los planteles no cuenta con la infraestructura necesaria y apropiada para retornar a las actividades.
Un piso entero del Liceo Rafael Seijas, conformado por 14 aulas, está inhabilitado por filtraciones de agua. De esta manera, el instituto no puede acoger a todos los estudiantes al mismo tiempo, por lo que cada sección asiste dos veces durante la semana.
En cuanto al plan gubernamental de acondicionamiento de escuelas, «Una Gota de Amor», recibieron apenas dos cuñetes de pintura, pero mientras los docentes buscaban a un obrero para hacer el trabajo, las mismas personas que hicieron la entrega se llevaron la pintura a otro centro.
Por otra parte, la nómina del Ministerio de Educación ha disminuido considerablemente desde que comenzó la emergencia humanitaria. El mísero salario obliga a los profesionales de la educación a realizar otras labores, cambiar de trabajo o migrar del país. El docente del escalafón más bajo ganó en marzo un sueldo de 160 bolívares quincenales, o 36 dólares al cambio oficial.
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La Unidad Democrática del Sector Educativo (UDSE) señaló que la deserción docente en Venezuela, entre 2018 y 2020 superó el 50%. De los maestros encuestados por el Observatorio de Educación de FundaRedes en 2021, el 55% contestó que están trabajando en otros campos para lograr algo de estabilidad financiera.
Según el presidente de SINVEMA, Edgar Machado, muchos docentes optaron por ejercer una profesión que tenían antes de la docencia. Otros se dedican a la elaboración de alimentos o al cuidado de niños, y al menos 25% de los maestros públicos tienen que dar clases particulares.
Erika Peña, que tiene una maestría en Pedagogía Social, gana 359,20 bolívares al mes. Con ese monto no puede comprar ni una cuarta parte de la canasta básica. Ella también tuvo que reinventarse: «He pasado por dar clases particulares, ser recepcionista, he vendido maquillaje en la pandemia, aunque desde antes ya estaba en la venta de los toldos con bisutería y maquillaje».
El cansancio que le produce hacer tantas actividades para sostener su hogar y la falta de salubridad en el plantel, la han vuelto «renuente» a asistir como es debido. Por eso, también ha tenido que lidiar con los llamados de atención de los supervisores distritales, adscritos al ministerio, que no entienden lo que una escuela necesita para funcionar, pero sí son expertos en fomentar la esclavitud moderna.
Redacción: Sebastián Yáñez