Cuando se habla de los caminantes venezolanos que se han visto obligados a atravesar a pie países enteros para encontrar un futuro mejor, olvidamos que durante estos viajes los refugiados no cuentan con alimentación adecuada, ni atención médica, ni medicamentos. Una crítica situación que golpea con mayor contundencia a los niños, ancianos y mujeres embarazadas, quienes sólo desean un lugar donde vivir dignamente.
Perú se ha convertido en uno de los destinos de la migración venezolana en América Latina. A pesar de que se trata de un viaje de casi 3.000 kilómetros, son muchas las familias que realizan este recorrido de la manera que le sea posible: a pie, en autobús o por la generosidad de algunos conductores quienes los transportan en sus vehículos.
Para atender esta emergencia humanitaria, la organización Médicos sin Fronteras ha dispuesto puntos de atención para los migrantes en la región de Tumbes, en la frontera, y en Lima, la capital peruana.
Omaira Salas, médica de uno de los puestos de Médicos sin Fronteras (MSF), en Lima, comenta que «Vemos a familias que llegan con niñas y niños pequeños, menores de cinco años, que están desnutridos y anémicos». Agrega que «También vemos a mujeres embarazadas que necesitan control de natalidad, pero no lo han tenido, o que no se han hecho una ecografía o ningún cuidado prenatal».
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Los refugiados que escapan de la dictadura chavista de Nicolás Maduro, presentan grandes falencias en su salud, como la atención primaria de la salud, salud mental, tratamiento de enfermedades crónicas, salud sexual y reproductivas, y referencia de emergencia a hospitales.
La doctora salas señala que «Como médica, lo que me preocupa es la cantidad de pacientes que llegan con enfermedades crónicas como hipertensión y diabetes». «Se han quedado sin sus medicamentos y no tienen los medios para comprar más»
En los puestos de MSF en Perú, se le ofrece a los migrantes consultas médicas iniciales, así como tratamientos básicos tales como suplemento de hierro para los menores anémicos y ácido fólico para las mujeres embarazadas. También se le facilita apoyo para registrarse en el sistema de salud de Perú, algo complicado para los migrantes. A pesar de que la atención a las mujeres embarazadas y a los menores de cinco años es un derecho gratuito en Perú, aún hay personal de salud que exigen una prueba de residencia que, saben, los migrantes no tienen.
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Sobre este punto, Yohana Arevalo-Polack, coordinadora de nuestras actividades de promoción de la salud en Tumbes, indica que «Si una mujer está en trabajo de parto y tiene documentos, un centro de salud puede aceptarla. Pero si no tiene documentos, no la aceptarán a menos que sea una emergencia».
Los problemas provocados por la pandemia del virus chino llevó al gobierno peruano a cerrar las fronteras en marzo de 2020, reabriéndolas recientemente. Anteriormente, los refugiados podían registrar su llegada al país y solicitar la visa humanitaria. Esto no es posible ahora, por lo que es problemático para el recién llegado sumarse al aparato productivo peruano o acceder a los servicios esenciales.
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En los centros de Médicos sin Fronteras, además de la atención médica, también se da apoyo a los migrantes con agua, alimentos, soporte psicológico e inmunización anti COVID19. También se le suministra el número telefónico de la clínica en Médicos sin Frontera en Lima. Sumado a esto, los trabajadores sociales apoyan al refugiado indicándole los servicios sociales a los que tiene acceso en Tumbes y en Lima.
La permanencia de los migrantes en Tumbes es transitoria. Aquí trabajan en lo que pueden para reunir el dinero que les permitan continuar hasta Lima. Otros, con menos suerte, prueban subiendo a la parte trasera de los camiones, lo que ha provocado accidentes al caer de los mismos.
Por desgracia, la tragedia del migrante no finaliza al culminar el largo viaje. Existe una marcada xenofobia en contra de ellos, sobre todo en las zonas fronterizas. No es extraño que los caminantes lleguen a los puestos de MSF narrando cómo fueron robados y amenazados por sujetos armados, quienes se ubican en la frontera entre Ecuador y Perú. Los ladrones advierten a las víctimas que no importa que los denuncien. Nadie les hará caso, ya que los robos son algo común en el área.
Señala la coordinadora Arevalo-Polack que «Hemos visto mucha frustración, mucha ansiedad, porque vienen con muchas esperanzas y lo primero que experimentan es un robo u otro tipo de violencia».
Redacción: Luis González