Hoy es 4 de febrero, una fecha infame que marca el principio de la destrucción de una nación. Una fecha donde un grupo de militares traicionaron a todo un país al intentar tomar el poder por la violencia, sin importar el número de víctimas civiles que provocaría la aventura militar.
Esa fecha ha sido recogida por los golpistas como motivo de orgullo. Como una manera de recordar la impunidad con la que atentaron contra el orden democrático de un país que, en su momento, llegó a ser uno de los más prósperos de América Latina. Celebrarlo equivale a festejar las muertes generadas, como si la ambición de quienes utilizaron las armas de la república contra la propia república, fuera motivo de satisfacción.
Hoy, se recuerda cuando un puñado de militares codiciosos atacaron el gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez, presidente elegido no una vez, sino dos veces, en elecciones justas, democráticas y transparentes, algo a lo que la pandilla de criminales hoy enquistada en Miraflores le teme. Por esto confían su supervivencia en las armas y la brutalidad de sus órganos de represión para violar la voluntad del pueblo.
Carlos Andrés Pérez se enfrentó a dos intentos de golpes en un solo año. Los golpistas, infiltrados de la izquierda, odiaban al presidente porque él había sido quien logró aplastar los movimientos guerrilleros que Fidel Castro intentó activar en Venezuela. Por esto era necesario asesinarlo, como, al parecer, era la orden dada desde Cuba a los traidores sublevados.
Hoy en día, ya en el poder al que, irónicamente, llegaron por el mismo medio democrático que se han encargado de destruir, se evidenció que las intenciones de los golpistas no era luchar contra la corrupción o «rescatar» la dignidad nacional. Su objetivo era mucho más ruin. Aquellos golpistas que algunos vieron (y aún ven) como héroes, se levantaron el 4 de febrero de 1992 para apoderarse del país y convertirlo en su proyecto de país forajido, un plan que no nació de un día para otro.
Lo único que querían con el golpe, y que han demostrado con los hechos, era su determinación de robar a manos llenas de las arcas de la Nación, sumiendo a los venezolanos en la mayor miseria. Los golpistas del 4 de febrero sabían que provocarían muerte y destrucción en el país. Ese era su plan. Su objetivo. La Venezuela de hoy es testigo de semejante ultraje a todo un pueblo. Tan criminales fueron el 4 de febrero como lo son hoy en día. Sólo que ahora son obscenamente ricos, mientras los niños venezolanos mueren de hambre y más de seis millones han tenido que huir del país para poder sobrevivir.
El 4 de febrero es un día de Vergüenza Nacional. El día de la corrupción rojita. Han envilecido todo lo que han tocado, convirtiendo al país en una guarida de ladrones y asesinos de cuello rojo. Por esto, ese día atacaron no sólo el Palacio de Miraflores, sede del entonces gobierno legítimo, sino que también, con la sangre fría de los asesinos, atacaron la Casona, residencia del presidente, en donde se encontraba Doña Blanquita Rodriguez de Pérez, la esposa de Carlos Andrés Pérez, y su familia.
El 4 de febrero de 1992 intentaron asesinar a la familia presidencial. Hasta este nivel de cobardía llegaron aquellos que se encargarían de mancillar y traicionar a todo un país. Dispararon a matar contra la residencia, sin importar la vida de civiles. Confiaban en su superioridad numérica, pero la seguridad de la casona se encargó de detenerlos y evitar, así, una masacre que, de seguro, sería celebrada por los mismos que hoy en día hablan hipócritamente de honor, coraje y dignidad.
El 4 de febrero, el verdadero 4 de febrero, es un día de vergüenza, de deshonra nacional. El día de la mentira, del engaño al pueblo. El día que demostró la impudicia de los golpistas para lograr sus objetivos. Ya estaban listos para entregar a Venezuela a Cuba con tal de contar con el respaldo de los Castro para seguir en el poder. Ya estaban listos para declarar la guerra al pueblo, tal como lo hizo el nefasto Hugo Chávez Fría cuando ordenó activar el plan Ávila, muchos años después, plan diseñado para utilizar el poderío militar en contra de la población civil. Ya estaban listos para traicionar a cualquiera que hubiera confiado en ellos. Ya estaban listos, y lo siguen estando, para matar a quien sea necesario para permanecer en Miraflores, escondidos, como los cobardes que son.
Para celebrar el 4 de febrero hay que ser mezquino. Corto de memoria. Hay que ser ruin para escupir sobre la tumba de todos los jóvenes muertos por querer un país libre. Hay que ser miserable para enorgullecerse de tener un país en la indigencia. Hay que ser cobarde para burlarse de la creciente diáspora venezolana que sufre en el exterior mientras los «heroicos golpistas» siguen acumulando riquezas, sólo por la sórdida razón de que pueden hacerlo.
Celebrar el 4 de febrero de 1992 es el máximo acto de traición a la patria. Es festejar que nuestra Patria sea violada una y otra vez en nombre de una revolución sin principios ni moral. Es vitorear como focas enajenadas a quienes no les ha temblado el pulso en condenar a muerte todo un país. Es, finalmente, cantar vítores al patíbulo al que inexorablemente nos dirigimos.
Redacción: Luis Alfredo González Pico