Quien diga que le sorprendieron los resultados de la farsa electoral del 21 de noviembre, miente. Desde meses atrás ya se hablaba del resultado que todos vieron. La FANB se comportó como lo que ahora es, el brazo político de la dictadura, y la GNB y DGCIM colocaron su granito de arena en el marco de la represión silenciosa que se vivió en los centros de votación, muchos de ellos manejados como si fuera un cuartel personal de oficiales de limitado intelecto.
Sin embargo, tal circo resultó ser de consumo interno, ya que las principales democracias del mundo habían advertido que lo que se avecinan eran unas elecciones muy alejadas de la legalidad por lo que el indocumentado tendrá que conformarse con seguir siendo reconocido por un puñado de fantoches políticos e ignorado por el resto del mundo.
Luego de la farsa roja-rojita, el país siguió coloreado en rojo. La dictadura tomó el control de 20 gobernaciones, dejando 3 a la oposición. Aunque al momento de esta nota, no estaban definidas dos gobernaciones por lo que el resultado final podría variar. En una gran cantidad de estados, los votos sumados de los partidos democráticos superaron a los votos del partido del régimen, pero los intereses personales de algunos actores políticos y de sus toldas destruyeron la posibilidad de éxito al dispersar la intención de voto de la población. Este fue el caso del estado Táchira el cual el voto compuesto de las diferentes tendencias democráticas superaban abiertamente a lo acumulado por el régimen.
El chavismo, aparte de hacerse con la mayoría de las gobernaciones, también logró conquistar la Alcaldía de Caracas, por las mismas razones por las que se perdieron algunas gobernaciones: intereses personales de representantes de una dudosa oposición y la agenda oculta de sus respectivo partidos.
Aparte del fatal divisionismo vivido por la oposición como factor de derrota, también debemos tomar en cuenta los múltiples abusos cometidos por la dictadura en el marco de este patético espectáculo como lo fueron las inhabilitaciones de importantes figuras de las oposiciones quienes eran considerados potenciales ganadores, el secuestro por parte del régimen de las tarjetas y símbolos de diferentes partidos políticos así como una descarada campaña de ventajismo político en los medios de comunicación oficiales acompañada del amedrentamiento en contra de los medios de comunicación independientes para que no entrevistaran a los de la oposición, todo esto ya suficientemente denunciado con sus respectivas pruebas.
Según el CNE del chavismo, las elecciones del domingo contaron con un 41,80% de participación. Es decir, 8.151.700 votantes de un universo de 21.159.846 de venezolanos, algo ya adelantando por las encuestadoras. Durante la bufa jornada electoral, 70.244 candidatos de 37 partidos políticos se repartieron 23 gobernaciones, 335 alcaldías, 253 consejos legislativos y 2.471 consejos municipales.
Para el dictador chavista, la farsa electoral fue la número 29 en 22 años, todas ellas con el CNE bajo control del régimen y sin garantías electorales justas y transparentes. Es por esta falta de transparencia electoral que el régimen no es reconocido a nivel internacional siendo considerado Maduro un usurpador con el que a nadie le interesa tratar.
En cuanto al presidente (e) de Venezuela, Juan Guaidó, prefirió guardar silencio durante los comicios. Recordemos que él no avaló el espectáculo electoral por considerar que no ofrecía verdaderas garantías electorales como para ser considerado unos comicios medianamente creíbles. Posición que no fue respaldada por algunos de los partidos tradicionalistas y de manera muy especial, por Ramos Allup, dirigente de Acción Democrática y que algunos acusan de ser un «chavista light». De hecho, se le señala de ser el responsable directo de la pérdida del estado Táchira al no respaldar a la actual gobernadora lo que fragmentó el voto opositor.
Para Guaidó, Maduro «seguirá siendo ilegítimo, desconocido y además investigado por la CPI (Corte Penal Internacional). Ya él y su régimen saben las consecuencias de burlar las reglas democráticas. Estamos en dictadura, debemos salir de ella y el llamado es a luchar unidos hasta lograrlo».
En cuanto a la presencia de observadores extranjeros, los veedores izquierdistas amigos de la dictadura, como Rodríguez Zapatero y el fundador de «Podemos» Juan Carlos Monedero (ambos españoles y acusados de recibir dinero de las arcas de Venezuela para apuntalar la dictadura chavista), informaron que se trató de una jornada «tranquila» y confiable. Para Monedero, bastante salpicado por las denuncias de corrupción reveladas por el general «El Pollo» Carvajal, la farsa fue motivo de elogios por el «prestigio y el equilibrio del órgano electoral que debe ser tomado como ejemplo por los demás países». Imposible mayor cinismo.
Redacción: Luis Alfredo González Pico