El Metro de Caracas, inaugurado en 1983 bajo el gobierno de Luis Herrera Campis, fue un proyecto para la modernización de la capital de Venezuela. El sistema dio inicio con 6,7 km de la más alta tecnología para la época. La génesis de lo que sería uno de los mayores orgullos de todos los venezolanos.
En sus inicios, este ambicioso proyecto contó con 8 estaciones. Un año después, el presidente Campins inauguró 6 estaciones más. Con la llegada del presidente Jaime Lusinchi, el sistema se amplió aún más: en 1987 se agregaron 9 estaciones para la Linea 2, expandiéndose en 1988 a 8 estaciones más correspondiente a la Línea 1. En el segundo gobierno democrático de Carlos Andrés Pérez se mantuvo el plan de desarrollo pautado para esta obra. Fueron inauguradas todas las estaciones de la Línea 1 y en el segundo gobierno de Rafael Caldera se agregaron 4 más. Todo apuntaba al desarrollo de un sistema subterráneo al nivel de las más importantes capitales del mundo por su belleza, tecnología y precisión, siendo considerado en su momento el más moderno metro de América Latina.
Sin embargo, el metro se dio de frente con un muro -nunca mejor dicho- con la llegada del nefasto Hugo Chávez, quien desde su primer día como presidente se encargó de destruir al país y condenar a muerte a millones de venezolanos.
En las 2 décadas en las que el chavismo ha estado en el poder, apenas se han completado 5 tramos del metro en medio de graves denuncias de corrupción y abandono del sistema ya construido. Además, han incumplido importantes tramos prometidos, como es el caso del Metro Caracas-Guarenas-Guatire, una obra que Chávez prometió para 2012 y que, como era su costumbre, no cumplió. En 2015, dos años después de la muerte de Chávez, Nicolás Maduro utilizó esta obra como promesa electoral para las parlamentarias, asegurando que estaría lista para 2016. Para mayor dramatismo, utilizó imágenes de los vagones del metro en funcionamiento, obviando un pequeño detalle: el vagón se movía porque era tirado por un camión como parte de un fraude televisado. 24 años después, y millones de dólares invertidos en no-se-sabe-qué, la promesa sigue sin cumplirse desconociéndose el estado de la misma y destino de lo invertido.
En la actualidad, el Metro de Caracas ha resistido todo lo posible la desidia de la dictadura chavista, pero, según sus propios trabajadores, está al borde del colapso. Las casi 376 escaleras eléctricas con las que cuenta el metro están inservibles; taquillas de atención al público abandonadas, ventas de boletos desmantelados, cámaras de seguridad inoperativas, máquinas expendedoras dañadas, inseguridad galopantes, filtraciones de agua por doquier, baños destrozados y un sistema de vagones apenas operativo, es el resultado de 20 años de revolución «bonita». Y esto por no hablar de la ausencia de medidas de bioseguridad mínimas.
El estado de los trenes no es mejor: falta del aire acondicionado, rieles oxidados, asientos rotos, vagones sucios, problemas en el sistema eléctrico e incluso puertas bloqueadas por láminas de zinc que le otorga al otrora orgullo caraqueño un aire de surrealismo difícil de creer. El deterioro es tal que varias unidades han sido deshabilitadas. Según una publicación de talcualdigital.com del 31 de diciembre de 2019, para aquella fecha solo funcionaban 9 de los 48 trenes que conformaban la flota de la Línea 1. En la Línea 2 solo estaban activos 6 de 44 y en cuanto a la Línea 3, de los 16 establecidos apenas funcionan 3 trenes. Esto obliga a ubicar más pasajeros por vagón, lo que es un atentado contra la salud colectiva en estos tiempos de pandemia.
A lo anterior, ya bastante grave, se le suma la falta de técnicos capacitados para el mantenimiento de los trenes, de las líneas, sistemas eléctricos y demás. Tampoco se cuenta con personal suficiente para atención al público, seguridad o mantenimiento. A esto se le suma la actitud de los propios usuarios. Del comportamiento cívico que caracterizaba al usuario de hace 20 años, durante la democracia, se ha degradado a un comportamiento destructivo donde vandalizar está a la orden del día. El resultado del «hombre nuevo» tan anunciado por Chávez.
Esto no solo afecta los tiempos de viaje de sus usuarios quienes llegan tarde al trabajo, algo muy diferente a la precisión suiza presente durante la democracia. También pone en peligro la vida de los pasajeros y del propio personal del Metro. Ya son varios los conatos de incendio en el sistema de trenes que han obligado a los usuarios a abandonarlos en pleno túnel, teniendo que avanzar por los andenes hasta la próxima estación. Esto, sin hablar de los descarrilamientos que se están convirtiendo en algo cotidiano sin que el régimen tome acción alguno para solventar la situación del metro.
Por todo lo anterior, no es difícil adivinar que el futuro del Metro no es nada halagüeño. Quizás porque es una de las pruebas más contundentes de los éxitos de la democracia, algo que el chavismo odia y que desea destruir a toda costa, así como lo hizo con la red hospitalaria y el sistema eléctrico nacional. Por el momento solo nos queda recordar aquel Metro de Campis, Lusinchi, Pérez y Caldera. El sistema de transporte que era orgullo de todos los venezolanos, limpio, seguro y preciso como un reloj. El tipo de obra que demuestra que, solo en democracia puede surgir una nación.
Redacción Luis Alfredo González Pico